El 21 de septiembre se conmemora el Día Mundial del Alzheimer. Tal como lo define la Fundación Pascual Maragall, “el Alzheimer es una enfermedad cerebral, no contagiosa, progresiva e irreversible, que altera la personalidad y destruye de forma gradual la memoria de una persona, así como las habilidades para aprender, razonar, hacer juicios, comunicarse y llevar a cabo actividades cotidianas. Estas habilidades se pierden como consecuencia de la muerte de un tipo de células del cerebro, las neuronas”.
Esta es una enfermedad asociada al envejecimiento muy extendida en la actualidad debido al aumento de la esperanza de vida. No existe cura ni tampoco certeza sobre su origen. Una vez diagnosticada, se pueden aplicar fármacos para paliar los síntomas de forma temporal, además de terapias.
Es importante que tanto el paciente como sus familiares entiendan las consecuencias de la enfermedad una vez diagnosticada. Aunque bien es cierto que evoluciona de forma diferente en cada persona y puede llegar a tener una duración de hasta 15 años, tanto el paciente como su entorno tendrán que adaptar su vida a la nueva situación. Asimismo, el enfermo deberá de tomar una serie de decisiones antes de que su capacidad cognitiva se vea tan mermada que le impida decidir sobre sí mismo.
El Alzheimer pertenece a la categoría de demencias y es una de las más frecuentes (entre un 50-75% de las demencias se corresponden con el Alzheimer, según datos de la Fundación Pascual Maragall). A veces es difícil de diagnosticar ya que sus síntomas iniciales se pueden confundir con otras patologías.
¿Cuáles son los síntomas más frecuentes?
El propio proceso de envejecimiento conlleva una serie de consecuencias cognitivas, pero podemos observar una serie de síntomas que pueden darnos la voz de alarma sobre el Alzheimer. Tal como recoge en su web la Fundación Pascual Maragall, algunos de estos síntomas son:
- Olvidos o dificultad para recordar información reciente, como qué ha comido o qué ha hecho durante el día.
- Olvidos de fechas o hechos relevantes, del día de la semana o del año en curso.
- Repetición en bucle del mismo tema o pregunta.
- Dificultad para seguir instrucciones o realizar tareas sencillas que antes la persona acometía sin dificultad.
- Desorientación en sitios conocidos, confusión de lugares o no saber volver a casa.
- Confusión con la identidad de las personas o confundir a conocidos actuales con otros del pasado.
- Dificultades para seguir una conversación o encontrar las palabras para definir algo, abandonar una conversación a medias sin ser consciente de ello.
- Pérdida de objetos personales importantes o dinero.
- Alteraciones del juicio que propician que caiga fácilmente en engaños por parte de otras personas.
- Alteraciones en el aseo personal o el cuidado de la casa.
- Pérdida de interés en actividades que antes se disfrutaban, no querer relacionarse con otros o dificultad en interpretar estados de ánimo ajenos.
- Cambios de personalidad, desconfianza, agresividad, tristeza…
- Muestras de alteración o nerviosismo por ambientes nuevos o cambios de rutina…
Ninguno de estos síntomas aislados supone un diagnóstico de Alzheimer, pero es conveniente consultar al neurólogo para averiguar el origen de estas alteraciones.
Mientras la ciencia encuentra una cura al Alzheimer, en nuestra mano está reducir el riesgo de padecerlo. Se calcula que uno de cada tres casos se podría evitar llevando una vida sana: deporte, alimentación equilibrada, interacción social y ejercicios de entrenamiento cerebral (lectura, juegos de memoria como el Sudoku o los crucigramas…).
Sin Comentarios